jueves, 17 de marzo de 2016

La molienda

El pan ha formado parte esencial de la alimentación en el mediterráneo desde tiempos remotos. Ha
sido la principal fuente de hidratos de carbono de nuestra dieta, o sea, clave para el aporte de la energía necesaria para afrontar el esfuerzo diario.
Ligar el pan y el trigo fue una costumbre en tierras castellanas  que se implantó en las islas desde la conquista como podemos contemplar en las datas de repartimiento cuando se especificaba que las tierras debían ser para pan sembrar, de igual forma que en Castilla se decía que el sol abrasa los panes o que los panes necesitan agua. La técnica de molturación del grano para la alimentación ya la tenían los aborígenes canarios como nos lo recuerda los molinos de mano encontrados en los yacimientos arqueológicos. La técnica se mantuvo inalterable hasta el siglo XIX lo que no estaba exento de riesgos sanitarios para los dientes  derivados de la presencia de arenilla desprendida de la piedra de moler. Estos molinos de sangre como se les denominaba fueron sustituidos luego por los de agua o los de viento. El gofio símbolo de la alimentación del canario fue recordado y añorado por el propio Unamuno al que llamaba el “esqueleto del pan” alimento al que consideraba prehistórico en el sentido que precedía al del pan. La harina, la levadura y la fermentación lo consideraba el símbolo de la civilización, de la historia. Sin embargo, el imperio romano adaptó tardíamente la tecnología griega del pan. Es clásica el pasaje de Virgilio en que describe como Eneas al desembarcar en tierras africanas muele y tuesta el cereal como primera comida al tomar tierra. Anteriormente cuando no había molinos se procedía sencillamente a machacar el cereal con el fin de confeccionar la polenta.

¿Que es lo que se persigue con la trituración del cereal?

Liberar los polisacáridos que constituyen los gránulos de almidón del endospermo facilitando su escisión en mono y disacáridos, los azúcares. Basta colocar unas migas de pan en la boca para comprobar cómo en poco tiempo adquiere un sabor dulce. Todos hemos visto cómo se aferran los bebés a un codo de pan previamente chupeteado. Los gránulos de almidón al escindirse permiten la hidrólisis de la maltasa. Estos azúcares serán la base de la alimentación también para las levaduras que permitirán la fermentación del pan transformándose en alcohol y dióxido de carbono.
Los romanos también se dieron cuenta que la harina almacenada se hacía cada vez más blanca mejorando sus propiedades panificantes, lo que hoy en día se lleva a cabo forzando la oxidación con productos químicos como el bromuro de benzoilo, potásico o azocarbonamida.
La mayor abundancia del almidón hace con frecuencia  olvidar la importancia que cumplen las proteínas a la hora de obtener el pan. Si masticamos un trozo de masa durante suficiente tiempo quedaría un residuo de aspecto gomoso, el gluten. El connotación  negativa que ocasiona la intolerancia al gluten, no nos debe hacer olvidar que estas proteínas son las que interactúan para formar una estructura plástica y suficientemente elástica que permite que la masa suba sin romperse. Esta red proteica rígida, estable y tridimensional se consigue gracias a los puentes disulfuro del aminoácido cisteína que dispone de grupos tiólicos libres.


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