jueves, 28 de junio de 2012

AZUCARES, ¿somos lo que comemos?

Si lo somos, no lo sabemos, porque las estadísticas son reveladoras en el sentido de demostrar el desconocimiento de la población sobre lo que comen, y de comprender, por ejemplo, el desglose que se hace en el etiquetado del azúcar como parte integrante del grupo de los hidratos de carbono.

Fisiológicamente seguimos siendo muy similares al hombre de las cavernas y , en cambio, las modificaciones nutricionales, derivadas de los cambios poblacionales han sido dramáticos. Nuestra mayor esperanza de vida, no es motivada por nuestro mejor acceso a la alimentación, sino a los avances tecnológicos, sobre todo los médicos, que, entre otros aspectos, ha permitido controlar las enfermedades infecciosas. Esta situación ha motivado de igual forma el auge de las enfermedades de carácter no transmisible en las que la nutrición tiene mucho que decir.

Los estudios revelan que existe una relación constante entre la dieta poco saludable y la aparición de enfermedades crónicas no infecciosas como las cardiovasculares, diabetes, diversos tipos de cáncer, caries dental o enfermedades osteo-articulares, lo que se agudiza con el envejecimiento.


La obesidad es el gran problema actual y la teoría evolutiva del “genotipo ahorrador” nos explica que, si bien, una mayor eficiencia en la utilización de los alimentos daba a nuestros antepasados una ventaja para sobrevivir, esto en épocas de bonanza se traduce en una mayor susceptibilidad a la obesidad y la diabetes, lo que se agrava con el aumento en el consumo de carbohidratos y grasas saturadas que ha acompañado a la evolución de nuestra alimentación tras la revolución industrial, sobre todo en países en vías de desarrollo. Este aumento en el consumo de hidratos de carbono en general, y azúcares en particular, ha sido una tónica en los cambios poblacionales de zonas rurales hacia las urbanas, aunque en los países desarrollados se haya estabilizado por el mayor consumo de los edulcorantes.

Aunque existen más de 300 teorías diferentes sobre el envejecimiento, en las que 25% responsabilizan a los genes y un 75% a factores ambientales, la que más impera es la del desequilibrio entre los oxidantes y antioxidantes. Aunque la oxidación es una proceso fundamental para la obtención de energía no deja de crear residuos en forma de radicales libres, muy reactivos, que afectan a proteínas, lípidos y ADN. Los sistemas que más se ven afectados son los relacionados con el equilibrio homeostático, los sistemas inmunológico, nervioso y endocrino. A medida pasan los años, este equilibrio se ve alterado y envejecemos, con la aparición de las lógicas enfermedades. En definitiva “envejecemos porque nos oxidamos”, y la glucosa es el combustible por excelencia y el único que llega al cerebro, por tanto íntimamente relacionado con las teorías oxidativas e inmunológicas que mejor explican el envejecimiento. En esto es en lo que se basa el éxito de la dietas equilibradas, pero con restricciones calóricas, empleadas en la vejez.

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