martes, 19 de febrero de 2013

EL TAMAÑO, sí que importa

Dice la canción que tres cosas hay importantes en la vida, la salud, el dinero y el amor, pero nada dice de las prioridades, y si lo dice es evidente que se aplica la propiedad conmutativa donde el orden de los factores pretende no alterar el producto.

Que la ciencia va demasiado deprisa lo constatamos todos diariamente, sólo hay que comprobar cómo han evolucionado los teléfonos móviles. Es increíble la velocidad con la que vemos reducir sus tamaños y eso se lo debemos a los nuevos materiales y a la nanotecnología que nos permite trabajar con materiales tan pequeños como 100 nm. A titulo comparativo, un cabello humano tiene 80.000 nm y un glóbulo rojo 7.000, es decir, el equivalente de una nanopartícula en relación con un glóbulo rojo es el de una pelota de fútbol con respecto a todo el estadio. Trabajar a tamaños tan pequeños ha permitido modificar las propiedades físico-químicas de los materiales lo que da una proyección de futuro tan impresionante que se estima que para el próximo año unas 6 millones de personas estén trabajando en Europa en relación a esta tecnología lo que supone un 11% de la mano de obra manufacturera.

Ahora bien, si la silicosis de las minas o el asbesto de las planchas de uralita, o la preocupación del material particulado en la contaminación atmosférica nos pone en sobre aviso de la importancia del pequeño tamaño en la salud, y las noanopartículas son del orden de 1.000 veces inferiores a éstas  uno debería preguntarse.


¿Se ha acompañado esta explosión tecnológica con la adecuada valoración del riesgo?


La preocupación sobre el tema lo atestigua el repunte de publicaciones sanitarias que existe desde el año 2008 como se muestra en la imagen, y a más de uno nos podría parecer que el tema nos queda bastante lejos, o al menos, restringirse a un terreno ocupacional hasta ahora bastante limitado, si no fuese porque estas nanopartículas ya están dentro de la cadena alimentaria y en el aire cotidiano que respiramos (escuchar video).

Debido a su pequeño tamaño estas partículas pueden entrar en el organismo a través de la vía respiratoria, de la vía cutánea y la vía digestiva. Pueden pasar al torrente circulatorio, atravesar las barreras que nos separan de la placenta y del cerebro, atravesar de igual forma las membranas celulares e introducirse en las neuronas. Si lo que caracteriza a estas sustancias es la modificación de sus características físico-químicas y biológicas parecería lógico que se debiese reevaluar su perfil toxicológico, ya que lo que realmente se está consiguiendo es aumentando exponencialmente su superficie, lo que le confiere es una mayor reactividad, de ahí su gran utilidad. Se está utilizando sobre todo en los envases de alimentos, en la protección frente a bacterias, en la detección de alteraciones y sobre todo para mejorar la biodisponibilidad de los nutrientes, es decir el grado y la velocidad con la que éstos pueden ser absorbidos, aunque sus posibilidades son muy superiores.

Con todo, con estas partículas está ocurriendo lo mismo que con los OMG, que el consumidor se provee de productos de los que no se conoce a ciencia cierta todos sus riesgos, por lo que su identificación en el etiquetado debería se un aspecto fundamental ya que de lo contrario se atenta contra la libre elección y el autocuidado de la salud.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Esta reflexión es ciertamente interesante. Pongo un sencillo ejemplo: las camisetas de los ciclistas de élite llevan nanopartículas de oro para evitar la sobresudoración, que luego les produciría enfriamiento en las bajadas. Reflexión: ¿Se han valorado convenientemente las consecuencias del contenido en el ambiente respirable del entorno del pelotón en relación a esas nanopartículas de oro?

Antonio Miguel Rguez. dijo...

Guillermo, otra reflexión las cremas antisolares que están recubiertas de nonopartículas reflejan mejor los rayos ultravioletas, pero motivado por su gran reactividad necesitan tener una película protectora. Dicha película protectora se estropea en contacto con el cloro del agua, por lo que la protección se vuelve contra de ella misma, el bonceador se puede volver cancerígeno todo lo contrario a lo que se pretende.